La Casa de Madera en Costa Rica
La de la infancia, de muchos costarricenses, es una casa de madera, fresca y algo oscura; de noche se llenaba de ruidos que aún hoy seguimos oyendo. La puerta doble se abría hacia el zaguán; los techos eran altísimos, la escalera, con su balaustrada de madera para resbalar subía a un segundo piso, misterioso, prohibido, y tenía debajo una pequeña bodega, llena de fantasmas.
En la adolescencia, la casa se llena de luz, se vuelve más liviana y fluida, llena de gente, los muchachos del barrio, los novios y novias, los compañeros del colegio. La habitación de influencia moderna no desdeña el uso de la madera: pisos de ron-ron, almendro y cristóbal, alguna pared de cedro, paredes exteriores de pochote, milagrosamente resistentes al agua, ideales para el clima lluvioso.
Junto a muchas condiciones hermosas, las calidades térmicas y la flexibilidad, la madera de plantación ofrece la opción de una materia prima más ecológica, cuyo proceso de utilización amortigua el impacto ambiental.

Esta materia primordial de que están hechas, las acerca e integra a la naturaleza, presente también en los jardines desordenados de azaleas, limones, duraznos y begonias que las rodean.
Algunas de estas casas de madera presentan una arquitectura ecléctica de influencia victoriana, cuyos elementos se han adaptado a los materiales, clima y necesidades de nuestro entorno.
Este tipo de construcciones tuvieron su apogeo desde los inicios del siglo anterior y aprovechaban como materia prima las maderas del entorno forestal del país. Desde la primera mitad del siglo XX, la madera tenía un auge inusitado como material estructural y de revestimiento y es aceptado por distintas clases sociales; surá, pilón, campano, laurel, roble, chiricano, cristóbal, cedro, pochote y lagarto son algunas de las especies que se usaron en la construcción de la casa de madera nacional.
La casa de elementos victorianos en Costa Rica surge al mismo tiempo que se adquiere la tecnología para el beneficiado del café, la introducción del ferrocarril y más acentuadamente con el surgimiento de las plantaciones de banano en las costas del Caribe. Las características básicas de esta corriente arquitectónica se darían en la utilización de la madera como material estructural y de cierre, y el metal como material de cubierta.

Esta arquitectura habría realizado un largo viaje desde Inglaterra hasta el Caribe, a través de los Estados Unidos; la puerta de entrada al país sería Limón y después Cartago y San José y de ahí abarcaría prácticamente todo el Valle Central, ofreciendo un gran mosaico de diversos matices, de acuerdo con los diferentes espacios, necesidades y condiciones sociales.
La mayoría de las casas construidas bajo este estilo se caracterizan por tejados prominentes y volúmenes que salen con ventanas en forma de guillotina. Muchas casas de influencia victoriana presentan techos con una pendiente pronunciada, puertas de dos hojas, enmarcado el buque con un arco igualmente punteado y con decoración de cristal en estas. A lo anterior se suman las cresterías, molduras y petatillos en madera calada y en metal.

En Costa Rica, por razones climáticas, de ventilación e iluminación, la vivienda doméstica acudió a los lucernarios situados al centro de la casa. De esta manera se configura uno de los estilos patrimoniales más intensos y hermosos de nuestra herencia arquitectónica aún vigente.

La arquitectura es el resultado material de los modos de vida de las sociedades. Sus formas y espacios responden a condiciones climáticas, culturales, económicas, tecnológicas, que en conjunto manifiesta la historia de la vida cotidiana. Quizá su mayor mérito está en las modificaciones de uso y espacios que las construcciones admiten para seguir siendo útiles a la sociedad. La casa de madera costarricense de influencia victoriana es fiel a estos principios, y ojala siga habitando y conviviendo históricamente con la sociedad costarricense por muchos años más.

Algunas son casas solariegas, rodeadas de un corredor en que la gente se sentaba a conversar, a balancearse en las mecedoras mientras atardecía. A saludar vecinos, ver las procesiones, a tantear cómo está el clima y ver si salimos con el paraguas puesto. Este elemento, a veces reducido a una especie de vestíbulo, aparece también en otras más modestas pero igualmente proclives a la coquetería de las macetas, los helechos colgantes, la cornisa, la decoración, el encaje, el petatillo. Además es el espacio que se integra de inmediato con la naturaleza, cuando hay jardín o con la acera y el vecindario.

Casas más sencillas, aquellas que distribuían sus habitaciones a ambos lados de un corredor estrecho desde el que se vislumbraba el patio trasero. La cocina al final del pasillo, lugar de tertulia junto con el corredor y en vínculo con el fuego, con los alimentos y la rica conversona.

¿Qué intentamos preservar de las ciudades? Precisamente aquello que nos constituye por medio de expresiones que permiten reconocernos y afirmarnos frente a otros valores y estilos.

Las ciudades latinoamericanas han experimentado transformaciones muy intensas, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, para bien y para mal. Para poder siquiera recordar algunas de sus imágenes, hay que recurrir a los archivos nacionales. Edificios, casas, templos de un gran valor patrimonial han sido derribados y sustituidos ante la indiferencia colectiva.

En Costa Rica, si bien es cierto que en la mayoría de las ciudades, han sufrido una evidente transformación en su configuración; las urbes del Valle Central se fueron extendiendo desde 1910, en barrios aledaños, cuyas edificaciones nos remiten hoy día a valiosos ejemplares de arte constructivo, que dotaron a nuestras ciudades de una especial diversidad; entre ellas, las vetustas casa de madera aún en pie en toda la geografía costarricense.
